El blog de Mar Vicent Artículos destacados

ESCRIBIR

Escribir como desahogo, como terapia, como milagro, como ruego, como súplica, como disculpa y como exigencia.

Escribir para sobrevivir, para gritar, para protestar, para sentir y hacer sentir. Escribir para sufrir y disfrutar, para pelear con el verbo y capturar al adjetivo que necesitas.

Escribir porque si no las palabras revientan dentro y escuecen. Porque impide sentir la boca cosida con un hilo invisible y doloroso que nadie advierte.

Escribir sin tinta, sin papel, sin teclado ni pantalla. Escribir en tu cabeza, hilando frases alocadas, componiendo música silenciosa, llena de rebeldía ante silencios inesperados.

Escribir para combatir soledades, para conquistar la alegría. Para ocupar un espacio en el mundo donde todo esté a la vista y no haya que agotarse en el fingimiento.

Y dejar de hacerlo un día cualquiera, sin dejar rastro. Ni una sola palabra para la posteridad, ni una sola mirada autorizada. Solo cierto aroma de esperanza y de despedida

FALSA NAVIDAD

Es un espejismo la celebración de los premios de la Lotería que han tocado en localidades afectadas por la Dana y la gestión de Mazón, porque no dejan de ser casos puntuales para alegría de algunas escasas familias, mientras que las de al lado siguen en su travesía por el desierto. Es una alucinación colectiva la que pretende hacernos creer que por ser Navidad, las sombras se desvanecen, las injusticias se borran y los abusos desaparecen

Es una utopía creer que la Navidad sea capaz de resolver todos los conflictos, dejando atrás todas las miserias con las que convivimos. Que sentados a la mesa seremos personas diferentes, sin pasado y con un historial limpio de rencores y carencias. Es pura ficción confiar en que por ser Navidad la felicidad se convertirá en un estado universal de carácter obligatorio para todo el mundo.

Es pura quimera que ese dolor , íntimo y privado, que todas llevamos dentro, se disuelva como la gaseosa porque lo dicen el calendario y los titulares. Los fantasmas siguen ahí, como heridas que quizás ya no sangran, pero duelen como el primer día.

Lo que es realidad y certeza como la vida misma, es que en Navidad compartimos un acuerdo general e implícito de resucitar, aunque sea durante unas horas, la fe en el futuro, la confianza en las personas y la esperanza en la justicia. Durará unos días, unas horas y a veces solo minutos, tras los cuales cerraremos el capítulo con resignación pero con obligado realismo. Y seguiremos trabajando por un futuro que quizás sea imposible pero es también obligatorio

PELICOT

Le han metido 20 años que es la pena máxima en Francia al exmarido violador de Gisele Pelicot, monumento vivo al machismo y la misoginia, que cuando habla parece ser de otro planeta, aunque haya ecos de su discurso en gente con la que nos cruzamos todos los días.

Lloró cuando conoció la sentencia, pero no se inmutó cuando relataban los abusos y vejaciones que sufrió la mujer con la que compartía cama y mantel. Pretendió extender la culpa al resto de hombres a los que facilitó el delito, obviando que su papel como inductor fue esencial .Quizás pretendía ser uno más de ese penoso grupo y difuminar así su responsabilidad, pero no le ha salido bien.

Todos los demás acusados han sido declarados culpables pero sus penas son bastante más suaves. En algunos casos solo con 3 años de prisión saldan su deuda con la sociedad y las mujeres. Los llaman “Señor cualquiera” porque son de todas las edades, profesiones y clases sociales. Y se han preocupado mucho de ocultar sus caras durante el juicio, de protestar si sus nombres se hacían públicos, defendiéndose con argumentaciones increíbles que alegan que el consentimiento del marido, amo y señor de aquella mujer drogada e indefensa, daba vía libre a la violación.

La que ha dado la cara con una valentía inigualable ha sido Gisele que ha batallado no solo para que se reconociera sin asomo de duda la culpabilidad de todos los acusados, sino por sobrellevar su condición de víctima con enorme coraje para lograr que la vergüenza no le arrebatará su identidad y le restara fuerza para reclamar justicia.

Ellos, a la cárcel. Ella a intentar recuperar su fe en la Humanidad. Y todas las mujeres deberían mantener viva en la memoria a quien ni calló, ni se escondió consiguiendo así que la vergüenza invadiera el bando de los culpables, los agresores, los machistas.

EL PUÑO CERRADO

Ese puño cerrado, que no tiene connotaciones políticas, aunque también podría, es símbolo de un éxito espectacular y el resultado de nueve largos meses de trabajo y dolor. Tras el batacazo y la fractura, sobre todo a cierta edad, no es fácil recuperar una mano morcillona, rígida como una pala de ping-pong, flojucha como una bola de algodón, para convertirla en una extremidad más o menos útil y operativa. Doblegar esas falanges rígidas a pesar de la brutal resistencia que ofrecían para poder cepillarse los dientes o agarrar la mano de las criaturas no es un objetivo de fácil alcance. Implica dolor combinado con impotencia y soportado con enorme impaciencia.

Pero llega el día en que el puño se cierra y vuelve a tener casi toda la fuerza que perdió. Y con la experiencia, se ha perdido el miedo al dolor, aunque nunca será un amigo deseable. Y se ha aprendido a convivir con las limitaciones a base de ingenio y paciencia en dosis que nunca se creyó tener.

No es deseable tener que aprender de las catástrofes, pero si suceden, para superarlas se exige de la persona su mejor versión, minimizando necesidades o preocupaciones que en realidad son secundarias, para centrarse en recuperar la vida que se quiere.

LA PATRIA QUE DEFIENDO

Nunca entendió la palabra patria. Siempre le sonó a tricornio, a marcha militar, a vozarrón marcial, a leyenda para atrapar incautos…

Es que nunca le gustaron los uniformes , ni uniformarse. No podía creer -y ya le hubiera gustado- en las certezas absolutas, en las verdades a ciegas, en las lealtades incuestionables..

No podía tragar los discursos fervorosos y vacíos, los golpes de pecho, ni identificarse con quienes marcaban esa línea que solo admitía dentro a quienes tomaban la pastilla de la sinrazón.

Pero ahora viendo esas cadenas humanas, de gente armada con escobas que, sin necesidad de hacer discursos, caminaba con pocas esperanzas pero con absoluta determinación , descubrió la patria a la que quería pertenecer .

Los vio frágiles pero poseedores de enorme fuerza. Vulnerables pero generosos. Atacando el barro, puerta a puerta, calle a calle, sabiendo que aunque sus medios son insuficientes aportan algo infinitamente necesario para mirar con esperanza el futuro: la capacidad de compartir el sufrimiento sin resignación, la fe en el ser humano, la solidaridad entre iguales.

Y entendió cuál era la patria que quería defender.

MI TIEMPO, MI TESORO

Aprendió, sin buscarlo y de forma sorpresiva, un concepto clarificador que ponía en su lugar muchos sentimientos de culpa totalmente improcedentes. Y es que el concepto de tiempo propio , aunque en apariencia no requiere demasiada explicación, esconde matices insospechados.

Todo el mundo asume , a ciertas alturas de la vida, que el tiempo no es oro. Qué más quisiera el oro. El tiempo es vida. No hay oro que prolongue el que cada cual tiene asignado por mucho frío que se esté dispuesto a pasar y a pesar de cualquier pacto que se quiera firmar. Y habría que administrarlo con avidez, con tacañería para no perderlo en situaciones y ocupaciones insustanciales, como suele pasar.

Las mujeres que tanto tiempo dedican a pensar en clave ajena, en las necesidades y los deseos de otros, han reivindicado y conseguido “autorización” social para adjudicarse tiempo a ellas mismas. Es su tiempo libre, una conquista no negociable.

Sin embargo, tiempo libre y tiempo propio no siempre es lo mismo. En el primero, se toman un café con alguien, o se sientan ante el ordenador, o leen ese libro que nunca consiguen terminar. Igual van a que les den un masaje o salen a correr. En su tiempo libre, hacen alguna de esas cosas , gratificantes y apreciadas , para las que cuesta encontrar tiempo.

Pero el tiempo propio es otra cosa. Es el tiempo para no hacer nada. Nada que no sea congelar preocupaciones, necesidades, dudas y miedos para estar con ellas mismas. Solas. Sin música de fondo. Para mirar hacia dentro y reconocerse. Para sentir su pulso vital y domesticar su mente acelerada. Para desenterrar a la mujer que fueron y que está oculta bajo las implacables rutinas diarias.

Cuidado cuando vean a una mujer que parece mirar las musarañas porque quizás está haciendo ese viaje que implica desprenderse de todo aquello que odian y también de lo que aman porque ambas cosas no las dejan volar.

Es solo un momento. No preocuparse. Luego todo vuelve a la normalidad. Ella respirará hondo, quizás se toque la mejilla o enfoque la mirada, y de inmediato, pondrá a rodar el fantástico engranaje que sostiene la vida.

MI LIBÉLULA

Este verano no ha venido. Quizás esté semijubilada, como ella. O muerta, como ella no está, aunque a ratos así se siente.

Tampoco había tenido nunca asegurada su presencia. Pero la había acostumbrado año tras año a hacer acto de presencia al inicio del verano. Sin que la llamaran, sin invitación, solo porque sí. De repente, cuando menos se lo esperaba, invadía el espacio aéreo entre las tumbonas y los flotadores, con un desparpajo total, de aquí para allá , sin ningún tipo de contención y una alegría desbordante.

Pero este año le había fallado.

Su libélula azul, porque suya era y de nadie más, competía con el agua de la piscina y el cielo despejado con el color de sus alas, de un azul intenso, casi desafiante y provocador que desde luego no le permitían pasar inadvertida. Aleteaba con fuerza, en vuelos rasantes y atrevidos con los que exhibía su belleza y su agilidad. A veces se paraba sobre la piedra y se dejaba mirar, presumida y soberbia en su perfección. Pero en general disfrutaba de la vida volando, viéndolo todo desde perspectivas desconocidas y a toda velocidad.

Han venido otras. Rojas o naranjas que de ninguna manera podían competir con ella aunque han sido adoptadas por otros habitantes de la casa. Pero no pueden competir porque están muy lejos de poseer su atrevimiento y su belleza.

Mejor pensar que está decorando otra parte del mundo. Quizás otra piscina, o mejor un lago o un estanque donde deja boquiabiertos a quienes todavía conserven la facultad de ver cuando miran. Pero seguro que seguirá igual de exhibicionista y salvaje, de presumida y apasionado por una vida en libertad, sin compromisos ni ataduras.

Porque para jubilarse parecía joven.

CUESTIÓN DE OPINIONES

Interesante conversación entre abuela y nieto. La disyuntiva era entre Tarzán y Hulk, dos personajes míticos e impactantes correspondientes a  épocas diferentes e infancias muy distintas.

La abuela tiene una preferencia indiscutible por Tarzán, ese tipo apolíneo pero sin exagerar. Nada que ver con los modelos ciclados ,llenos de protuberancias y que brillan engrasados como un pato chino laqueado. Recuerda a la perfección las pelis de Weismuller, que lleva ya finiquitado un montón de años y  no era demasiado buen actor aunque lanzaba un grito inolvidable , auténtico, que ponía los pelos de punta sin que nadie nunca tuviera las cuerdas vocales necesarias para  reproducirlo .

El chiquillo, que además solo conoce versiones actualizadas y edulcoradas de Tarzán, apuesta por Hulk. Un monstruo verde y amorfo, que aparecía como resultado del ataque de ira que sufría el desgraciado poseedor de ese extraño poder de conversión. Hulk también tenía vozarrón pero sin matices. Llevaba poca ropa porque era experto en reventar camisas y pantalones que tras la explosión se quedaban en bermudas algo ridículas.  Tarzán llevaba en cambio un elegante taparrabos que ondeaba al viento con elegancia inigualable.

Para la abuela, el asunto está claro. Tarzán defendía a los débiles y aunque  parecía siempre a punto de ser vencido, siempre resurgía de sus cenizas. El crío defiende a Hulk ante el que se quedaba hipnotizado por su fuerza bruta, porque se imponía por el miedo, por su tamaño y su poderío. Solo  su presencia,  su rugido y algún mandoble que otro bastaban para quitarse de en medio a sus enemigos.

Qué escasez de recursos y pobre inteligencia  -pensaba la abuela.

Qué héroe más birrioso,  tan blanco y sin músculos -pensaba él.

Todas tenemos opiniones. Casi todas son respetables, excepto algunas que no son opiniones, sino delitos. Pero si se puede debatir  con alegría e ingenio, sin hostilidad ni generando animadversión; si  se pueden defender las propias opiniones con respeto y sin descalificar al contrario , incluso admitiendo la improbable pero teórica  posibilidad de cambiar la propia opinión, bienvenida sea la discrepancia. Nos hace  más sabios y aptos para vivir en sociedad.

SOLO NECESITAMOS EL SITIO Y LA HORA

bo un tiempo en el que cuando alguna llamaba, todas acudíamos. Cuando la realidad, la más triste, obscena y cruel realidad, nos afectaba a todas de igual manera porque las prioridades estaban claras. Cada mujer asesinada , cada agresión sexual, cada criatura maltratada era un empujón que nos hacía seguir adelante, desmintiendo falsedades, exigiendo soluciones. Incansables, ruidosas, beligerantes, creativas y siempre, siempre, unidas.

Daba igual el color y el pelaje, la edad y la perspectiva, cuál era nuestro libro, nuestra líder o nuestro lenguaje. Daban igual las discrepancias, porque aunque los principios y creencias de cada cual eran irrenunciables, no había reparto de carnets y todas sabíamos de la existencia de un vínculo común que nos hacía fuertes e inquebrantables. La confianza y la estima mutua triunfaban sobre el sectarismo y la condena fácil. Nunca fuimos del pensamiento único pero siempre supimos que la unidad de acción nos hacía invencibles.

Un tiempo en el que no se preguntaba quién es la que llama, sino solo el sitio y la hora.

Un tiempo en el que éramos una tormenta de rabia e indignación y nuestro grito tan clamoroso, tan potente y universal que el mundo tuvo que oírnos.

Se han roto demasiados puentes, creado demasiados demonios. La sororidad quedó enterrada bajo el peso de los dogmas. Perdimos la palabra y nos quedo el insulto. Destruimos la confianza mutua, la fe en las otras, quemando la hoja de ruta que marcaba el camino por el que todas podíamos transitar.

Ahora nos siguen matando los que nunca han dejado de hacerlo y ,espantadas, queremos llenar las calles de una marea humana que impida la condena tibia y la mirada indiferente.

Pero antes, amigas estimadas, necesarias y respetadas, habrá que volver a mirarnos a la cara, a los ojos, desde el corazón feminista que nos identifica, para vernos y reconocernos. Para hablarnos como las socias que somos en la lucha por la vida que merecemos. Haciéndolo, es evidente, desde las diferencias que ni pueden ni deben desaparecer, pero que en ningún caso, pueden ser herramienta de autodestrucción

LA REHABILITACIÓN

Cuando te quitan la escayola es como un parto en el que lo peor ha pasado y lo que se avecina tiene buena pinta, aunque no hay nada asegurado.

El brazo va a su bola y te recuerda constantemente su existencia con dolores de diferente clase e intensidad en cuanto te despistas y crees que eres una persona completa.  Los dedos de la mano que en principio no han sufrido ninguna rotura, son víctimas colaterales de la larga inmovilización. Aparecen morcillones, desteñidos, flácidos y absolutamente inútiles. Como mucho puedes moverlos a modo de saludo casual, sin extralimitarte demasiado.

Así que acudes a la consulta de rehabilitación esperando algún milagro que de forma instantánea te devuelva el control de todas las partes de tu cuerpo. Y claro, no es así, sino que la leve manipulación realizada te hace sudar la gota gorda anticipando dolorosas sesiones para conseguir el magnífico objetivo de cerrar el puño , aunque sin poder atizarle a nadie como desahogo.

Ya en la salida, esperando la recogida como el trasto inmovilizado que eres y en plena campaña de autocompasión llega una ambulancia de la que baja una chica peculiar que va en silla de ruedas. Pelo largo ,orejas perforadas, piel tatuada.. algo más de veinte años.

Tiene las dos piernas amputadas por debajo de la rodilla pero, riendo, desafía al conductor de la ambulancia que debía ayudarla y emprende una carrera a base de brazos para superar la corta rampa que la llevará a su sesión de rehabilitación, seguro que infinitamente más dura. Debe ser muy gamberra.

Tras verla, se acaba para siempre la autoterapia compasiva y queda desmontado hasta los cimientos el discurso de la lamentación. Queda claro el grado de estupidez al que nos conduce creernos el centro del mundo perdiendo totalmente el sentido de la relatividad, que no es una fórmula matemática descubierta por Einstein, sino la capacidad de entender la realidad propia y ajena desde la empatía y la objetividad.