Categoría: personal

AHORA

Hay una palabra que un día deja de tener sentido . Cuando eso sucede, ya no somos los mismos, ni lo seremos nunca más.

Siempre es un adverbio que acompaña a muchas cosas importantes de nuestra vida. Siempre te querré, siempre me gustará el chocolate, siempre el rojo será mi color preferido…

Siempre mi cuerpo estará a mi servicio y podré hacer lo que quiera con él, con algunas excepciones razonables.

Siempre tendré al lado a esas personas, la única que me hace reír, la que a ratos no soporto, la que cuando me mira, me ve…

Siempre podré seguir haciendo planes para el futuro que no ha llegado y  dejar cosas para más adelante, cuando tenga un rato…

Pero de repente los “siempres” desaparecen y dinamitan nuestra existencia. A veces pasa  de repente como una explosión que arrasa con todo o puede ser como resultado de  un proceso sordo y discreto que apenas percibimos

En todo caso, frente a lo de siempre que ya no es, aparece el nunca, el nunca más, que se lleva por delante personas, rutinas, situaciones y emociones.

A esa nueva tesitura, hay que hacerle frente, aunque de un poco de miedo.

Pero vencer el miedo es lo que hemos hecho siempre.

Y no podemos dejarlo de hacer nunca.

PÁJAROS

Desde que hay comederos para pájaros en los árboles del jardín, hay también una fiesta permanente, para desgracia del vecino enfurecido. Una fiesta discreta pero evidente porque se ha dejado de oír solo a las chicharras impertinentes o al sapo de la fuente que se manifiesta todos los atardeceres con un ruido que al principio parece un eructo, pero acaba siendo hasta musical. Ahora tienen competencia porque las copas de los árboles están llenas de huéspedes, invitados o no, que se ponen las botas a la hora de comer, gratis y sin riesgos. A señalar que su hora de comer se extiende durante todo el horario solar, hasta que al irse la luz se van a dormir a sus aposentos, estén donde estén.

Primero eran pajaritos pequeños, imposibles de identificar para quien considera pájaro a todo aquello que vuele y tenga alas, lo que excluye a Superman y otros héroes. Las pequeñas aves (gorriones, estorninos, petirrojos…?) salen disparadas en cuanto perciben la presencia humana, pero si el visitante es capaz de permanecer quieto y en silencio, (algo muy difícil para según qué personas) vuelven a lo suyo, a comer, con todo el descaro del mundo, ante las narices de cualquiera que quiera observarlos y no se rasque la nariz. Porque hacerlo es dar la orden para que todas, 10 o 12 avecillas, levanten el vuelo, medio divertidas, medio enfadadas por haber sido interrumpidas.

Luego llegaron las palomas, mucho más grandes que son como señoronas regordetas, que hacen mucho más ruido y son más lentas. Como deben ser perezosas o les pesa el culo, no está muy claro, suelen buscar los granos en el suelo, dando paseos en todos los sentidos, para ir pillando lo que ha caído. Ellas también huyen ante cualquier ser que no tenga alas, pero lo hacen como si resollaran, como si les costara el despegue. No se las ve tan ágiles y libres como a los pequeñajos, sino que recuerdan más a un Boeing 707 de gran tonelaje. Lentas pero seguras. Ellas no pían, sino que hacen otro ruido hueco y repetido como una conversación aburrida e interminable.

El vecino enfurecido es un señor que debe estar en lucha con el mundo, los planetas y el Universo. Que quiere vivir rodeado de una Naturaleza tan real como una pintura de museo, sometida a su orden, en la que el césped ha de crecer de forma lineal sin que ningún tallo sobrepase al otro y las enredaderas no pueden atreverse a tener hojas que no tapicen la pared obligada . Y por supuesto, donde no haya pájaros atrevidos y cagones que sobrevuelen su espacio, que es suyo y de nadie más según título de propiedad que lo acredita, por lo que nadie tiene derecho a ensuciarlo de forma arbitraria y ofensiva.

Pero todo lo que entra, sale, y las avecillas se pegan grandes banquetes con las consecuencias previstas, sin que en sus nidos o en sus costumbres esté el uso del cuarto del baño para desgracia del vecino enfurecido. Y es que al final no hay mandato que valga sobre quienes son tan libres, felices y naturales.

A TODOS LOS PADRES

A los nuevos padres, a los que se estrenan, a los que exploran realidades que han dejado de ser imaginadas. Que acunan a sus retoños desde la soberbia de creer que podrán protegerlos siempre y garantizarles una vida sin elecciones equivocadas que les causen dolor. Que están descubriendo el misterio de dejar de ser el centro de la propia vida para colocar allí a alguien que acaban de conocer. Que lo van a hacer bien porque nunca van a dejar de intentarlo.

A los padres en ejercicio, que han aprendido sin manual las difíciles artes de la crianza, que conocen la satisfacción de oírles roncar en su cama, la plenitud de verlos sanos y fuertes, la alegría basada en los éxitos ajenos y el deseo permanente de que la vida les trate bien. Que superan cada día miedos e incertidumbres intentando marcar la ruta que los lleve a puerto seguro.

A los padres en retirada, pero nunca jubilados que mantienen vivo ese vínculo tácito con quienes trajeron al mundo y los ven ahora adultos autónomos, que siguen tropezando y levantándose, intentando vivir sin hacer ni hacerse daño. Que recuerdan el trayecto sin nostalgia, pero con alegría, lleno de renuncias necesarias y satisfacciones impagables.

A los padres que se fueron, pero ahí están mirando un presente en el que les sería difícil encajar, desde viejas fotografías en ocasiones memorables. Los que siguen en ese recuerdo que parece inexistente, pero está sólidamente instalado en nuestra memoria y nos guiña el ojo a menudo, al ver unas manos, un gesto, una frase que lo saca a pasear. Esos padres que el tiempo desdibuja, pero jamás borra de nuestra memoria.

A todos ellos, feliz día!

ESCRIBIR

Escribir como desahogo, como terapia, como milagro, como ruego, como súplica, como disculpa y como exigencia.

Escribir para sobrevivir, para gritar, para protestar, para sentir y hacer sentir. Escribir para sufrir y disfrutar, para pelear con el verbo y capturar al adjetivo que necesitas.

Escribir porque si no las palabras revientan dentro y escuecen. Porque impide sentir la boca cosida con un hilo invisible y doloroso que nadie advierte.

Escribir sin tinta, sin papel, sin teclado ni pantalla. Escribir en tu cabeza, hilando frases alocadas, componiendo música silenciosa, llena de rebeldía ante silencios inesperados.

Escribir para combatir soledades, para conquistar la alegría. Para ocupar un espacio en el mundo donde todo esté a la vista y no haya que agotarse en el fingimiento.

Y dejar de hacerlo un día cualquiera, sin dejar rastro. Ni una sola palabra para la posteridad, ni una sola mirada autorizada. Solo cierto aroma de esperanza y de despedida

FALSA NAVIDAD

Es un espejismo la celebración de los premios de la Lotería que han tocado en localidades afectadas por la Dana y la gestión de Mazón, porque no dejan de ser casos puntuales para alegría de algunas escasas familias, mientras que las de al lado siguen en su travesía por el desierto. Es una alucinación colectiva la que pretende hacernos creer que por ser Navidad, las sombras se desvanecen, las injusticias se borran y los abusos desaparecen

Es una utopía creer que la Navidad sea capaz de resolver todos los conflictos, dejando atrás todas las miserias con las que convivimos. Que sentados a la mesa seremos personas diferentes, sin pasado y con un historial limpio de rencores y carencias. Es pura ficción confiar en que por ser Navidad la felicidad se convertirá en un estado universal de carácter obligatorio para todo el mundo.

Es pura quimera que ese dolor , íntimo y privado, que todas llevamos dentro, se disuelva como la gaseosa porque lo dicen el calendario y los titulares. Los fantasmas siguen ahí, como heridas que quizás ya no sangran, pero duelen como el primer día.

Lo que es realidad y certeza como la vida misma, es que en Navidad compartimos un acuerdo general e implícito de resucitar, aunque sea durante unas horas, la fe en el futuro, la confianza en las personas y la esperanza en la justicia. Durará unos días, unas horas y a veces solo minutos, tras los cuales cerraremos el capítulo con resignación pero con obligado realismo. Y seguiremos trabajando por un futuro que quizás sea imposible pero es también obligatorio

EL PUÑO CERRADO

Ese puño cerrado, que no tiene connotaciones políticas, aunque también podría, es símbolo de un éxito espectacular y el resultado de nueve largos meses de trabajo y dolor. Tras el batacazo y la fractura, sobre todo a cierta edad, no es fácil recuperar una mano morcillona, rígida como una pala de ping-pong, flojucha como una bola de algodón, para convertirla en una extremidad más o menos útil y operativa. Doblegar esas falanges rígidas a pesar de la brutal resistencia que ofrecían para poder cepillarse los dientes o agarrar la mano de las criaturas no es un objetivo de fácil alcance. Implica dolor combinado con impotencia y soportado con enorme impaciencia.

Pero llega el día en que el puño se cierra y vuelve a tener casi toda la fuerza que perdió. Y con la experiencia, se ha perdido el miedo al dolor, aunque nunca será un amigo deseable. Y se ha aprendido a convivir con las limitaciones a base de ingenio y paciencia en dosis que nunca se creyó tener.

No es deseable tener que aprender de las catástrofes, pero si suceden, para superarlas se exige de la persona su mejor versión, minimizando necesidades o preocupaciones que en realidad son secundarias, para centrarse en recuperar la vida que se quiere.

LA PATRIA QUE DEFIENDO

Nunca entendió la palabra patria. Siempre le sonó a tricornio, a marcha militar, a vozarrón marcial, a leyenda para atrapar incautos…

Es que nunca le gustaron los uniformes , ni uniformarse. No podía creer -y ya le hubiera gustado- en las certezas absolutas, en las verdades a ciegas, en las lealtades incuestionables..

No podía tragar los discursos fervorosos y vacíos, los golpes de pecho, ni identificarse con quienes marcaban esa línea que solo admitía dentro a quienes tomaban la pastilla de la sinrazón.

Pero ahora viendo esas cadenas humanas, de gente armada con escobas que, sin necesidad de hacer discursos, caminaba con pocas esperanzas pero con absoluta determinación , descubrió la patria a la que quería pertenecer .

Los vio frágiles pero poseedores de enorme fuerza. Vulnerables pero generosos. Atacando el barro, puerta a puerta, calle a calle, sabiendo que aunque sus medios son insuficientes aportan algo infinitamente necesario para mirar con esperanza el futuro: la capacidad de compartir el sufrimiento sin resignación, la fe en el ser humano, la solidaridad entre iguales.

Y entendió cuál era la patria que quería defender.

MI TIEMPO, MI TESORO

Aprendió, sin buscarlo y de forma sorpresiva, un concepto clarificador que ponía en su lugar muchos sentimientos de culpa totalmente improcedentes. Y es que el concepto de tiempo propio , aunque en apariencia no requiere demasiada explicación, esconde matices insospechados.

Todo el mundo asume , a ciertas alturas de la vida, que el tiempo no es oro. Qué más quisiera el oro. El tiempo es vida. No hay oro que prolongue el que cada cual tiene asignado por mucho frío que se esté dispuesto a pasar y a pesar de cualquier pacto que se quiera firmar. Y habría que administrarlo con avidez, con tacañería para no perderlo en situaciones y ocupaciones insustanciales, como suele pasar.

Las mujeres que tanto tiempo dedican a pensar en clave ajena, en las necesidades y los deseos de otros, han reivindicado y conseguido “autorización” social para adjudicarse tiempo a ellas mismas. Es su tiempo libre, una conquista no negociable.

Sin embargo, tiempo libre y tiempo propio no siempre es lo mismo. En el primero, se toman un café con alguien, o se sientan ante el ordenador, o leen ese libro que nunca consiguen terminar. Igual van a que les den un masaje o salen a correr. En su tiempo libre, hacen alguna de esas cosas , gratificantes y apreciadas , para las que cuesta encontrar tiempo.

Pero el tiempo propio es otra cosa. Es el tiempo para no hacer nada. Nada que no sea congelar preocupaciones, necesidades, dudas y miedos para estar con ellas mismas. Solas. Sin música de fondo. Para mirar hacia dentro y reconocerse. Para sentir su pulso vital y domesticar su mente acelerada. Para desenterrar a la mujer que fueron y que está oculta bajo las implacables rutinas diarias.

Cuidado cuando vean a una mujer que parece mirar las musarañas porque quizás está haciendo ese viaje que implica desprenderse de todo aquello que odian y también de lo que aman porque ambas cosas no las dejan volar.

Es solo un momento. No preocuparse. Luego todo vuelve a la normalidad. Ella respirará hondo, quizás se toque la mejilla o enfoque la mirada, y de inmediato, pondrá a rodar el fantástico engranaje que sostiene la vida.

MI LIBÉLULA

Este verano no ha venido. Quizás esté semijubilada, como ella. O muerta, como ella no está, aunque a ratos así se siente.

Tampoco había tenido nunca asegurada su presencia. Pero la había acostumbrado año tras año a hacer acto de presencia al inicio del verano. Sin que la llamaran, sin invitación, solo porque sí. De repente, cuando menos se lo esperaba, invadía el espacio aéreo entre las tumbonas y los flotadores, con un desparpajo total, de aquí para allá , sin ningún tipo de contención y una alegría desbordante.

Pero este año le había fallado.

Su libélula azul, porque suya era y de nadie más, competía con el agua de la piscina y el cielo despejado con el color de sus alas, de un azul intenso, casi desafiante y provocador que desde luego no le permitían pasar inadvertida. Aleteaba con fuerza, en vuelos rasantes y atrevidos con los que exhibía su belleza y su agilidad. A veces se paraba sobre la piedra y se dejaba mirar, presumida y soberbia en su perfección. Pero en general disfrutaba de la vida volando, viéndolo todo desde perspectivas desconocidas y a toda velocidad.

Han venido otras. Rojas o naranjas que de ninguna manera podían competir con ella aunque han sido adoptadas por otros habitantes de la casa. Pero no pueden competir porque están muy lejos de poseer su atrevimiento y su belleza.

Mejor pensar que está decorando otra parte del mundo. Quizás otra piscina, o mejor un lago o un estanque donde deja boquiabiertos a quienes todavía conserven la facultad de ver cuando miran. Pero seguro que seguirá igual de exhibicionista y salvaje, de presumida y apasionado por una vida en libertad, sin compromisos ni ataduras.

Porque para jubilarse parecía joven.

LA REHABILITACIÓN

Cuando te quitan la escayola es como un parto en el que lo peor ha pasado y lo que se avecina tiene buena pinta, aunque no hay nada asegurado.

El brazo va a su bola y te recuerda constantemente su existencia con dolores de diferente clase e intensidad en cuanto te despistas y crees que eres una persona completa.  Los dedos de la mano que en principio no han sufrido ninguna rotura, son víctimas colaterales de la larga inmovilización. Aparecen morcillones, desteñidos, flácidos y absolutamente inútiles. Como mucho puedes moverlos a modo de saludo casual, sin extralimitarte demasiado.

Así que acudes a la consulta de rehabilitación esperando algún milagro que de forma instantánea te devuelva el control de todas las partes de tu cuerpo. Y claro, no es así, sino que la leve manipulación realizada te hace sudar la gota gorda anticipando dolorosas sesiones para conseguir el magnífico objetivo de cerrar el puño , aunque sin poder atizarle a nadie como desahogo.

Ya en la salida, esperando la recogida como el trasto inmovilizado que eres y en plena campaña de autocompasión llega una ambulancia de la que baja una chica peculiar que va en silla de ruedas. Pelo largo ,orejas perforadas, piel tatuada.. algo más de veinte años.

Tiene las dos piernas amputadas por debajo de la rodilla pero, riendo, desafía al conductor de la ambulancia que debía ayudarla y emprende una carrera a base de brazos para superar la corta rampa que la llevará a su sesión de rehabilitación, seguro que infinitamente más dura. Debe ser muy gamberra.

Tras verla, se acaba para siempre la autoterapia compasiva y queda desmontado hasta los cimientos el discurso de la lamentación. Queda claro el grado de estupidez al que nos conduce creernos el centro del mundo perdiendo totalmente el sentido de la relatividad, que no es una fórmula matemática descubierta por Einstein, sino la capacidad de entender la realidad propia y ajena desde la empatía y la objetividad.