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Con empatía, con respeto, con curiosidad, con interés
Cuando las mujeres dejamos de hacerlo así?
Le han metido 20 años que es la pena máxima en Francia al exmarido violador de Gisele Pelicot, monumento vivo al machismo y la misoginia, que cuando habla parece ser de otro planeta, aunque haya ecos de su discurso en gente con la que nos cruzamos todos los días.
Lloró cuando conoció la sentencia, pero no se inmutó cuando relataban los abusos y vejaciones que sufrió la mujer con la que compartía cama y mantel. Pretendió extender la culpa al resto de hombres a los que facilitó el delito, obviando que su papel como inductor fue esencial .Quizás pretendía ser uno más de ese penoso grupo y difuminar así su responsabilidad, pero no le ha salido bien.

Todos los demás acusados han sido declarados culpables pero sus penas son bastante más suaves. En algunos casos solo con 3 años de prisión saldan su deuda con la sociedad y las mujeres. Los llaman “Señor cualquiera” porque son de todas las edades, profesiones y clases sociales. Y se han preocupado mucho de ocultar sus caras durante el juicio, de protestar si sus nombres se hacían públicos, defendiéndose con argumentaciones increíbles que alegan que el consentimiento del marido, amo y señor de aquella mujer drogada e indefensa, daba vía libre a la violación.
La que ha dado la cara con una valentía inigualable ha sido Gisele que ha batallado no solo para que se reconociera sin asomo de duda la culpabilidad de todos los acusados, sino por sobrellevar su condición de víctima con enorme coraje para lograr que la vergüenza no le arrebatará su identidad y le restara fuerza para reclamar justicia.
Ellos, a la cárcel. Ella a intentar recuperar su fe en la Humanidad. Y todas las mujeres deberían mantener viva en la memoria a quien ni calló, ni se escondió consiguiendo así que la vergüenza invadiera el bando de los culpables, los agresores, los machistas.
Aprendió, sin buscarlo y de forma sorpresiva, un concepto clarificador que ponía en su lugar muchos sentimientos de culpa totalmente improcedentes. Y es que el concepto de tiempo propio , aunque en apariencia no requiere demasiada explicación, esconde matices insospechados.
Todo el mundo asume , a ciertas alturas de la vida, que el tiempo no es oro. Qué más quisiera el oro. El tiempo es vida. No hay oro que prolongue el que cada cual tiene asignado por mucho frío que se esté dispuesto a pasar y a pesar de cualquier pacto que se quiera firmar. Y habría que administrarlo con avidez, con tacañería para no perderlo en situaciones y ocupaciones insustanciales, como suele pasar.
Las mujeres que tanto tiempo dedican a pensar en clave ajena, en las necesidades y los deseos de otros, han reivindicado y conseguido “autorización” social para adjudicarse tiempo a ellas mismas. Es su tiempo libre, una conquista no negociable.

Sin embargo, tiempo libre y tiempo propio no siempre es lo mismo. En el primero, se toman un café con alguien, o se sientan ante el ordenador, o leen ese libro que nunca consiguen terminar. Igual van a que les den un masaje o salen a correr. En su tiempo libre, hacen alguna de esas cosas , gratificantes y apreciadas , para las que cuesta encontrar tiempo.
Pero el tiempo propio es otra cosa. Es el tiempo para no hacer nada. Nada que no sea congelar preocupaciones, necesidades, dudas y miedos para estar con ellas mismas. Solas. Sin música de fondo. Para mirar hacia dentro y reconocerse. Para sentir su pulso vital y domesticar su mente acelerada. Para desenterrar a la mujer que fueron y que está oculta bajo las implacables rutinas diarias.
Cuidado cuando vean a una mujer que parece mirar las musarañas porque quizás está haciendo ese viaje que implica desprenderse de todo aquello que odian y también de lo que aman porque ambas cosas no las dejan volar.
Es solo un momento. No preocuparse. Luego todo vuelve a la normalidad. Ella respirará hondo, quizás se toque la mejilla o enfoque la mirada, y de inmediato, pondrá a rodar el fantástico engranaje que sostiene la vida.
bo un tiempo en el que cuando alguna llamaba, todas acudíamos. Cuando la realidad, la más triste, obscena y cruel realidad, nos afectaba a todas de igual manera porque las prioridades estaban claras. Cada mujer asesinada , cada agresión sexual, cada criatura maltratada era un empujón que nos hacía seguir adelante, desmintiendo falsedades, exigiendo soluciones. Incansables, ruidosas, beligerantes, creativas y siempre, siempre, unidas.

Daba igual el color y el pelaje, la edad y la perspectiva, cuál era nuestro libro, nuestra líder o nuestro lenguaje. Daban igual las discrepancias, porque aunque los principios y creencias de cada cual eran irrenunciables, no había reparto de carnets y todas sabíamos de la existencia de un vínculo común que nos hacía fuertes e inquebrantables. La confianza y la estima mutua triunfaban sobre el sectarismo y la condena fácil. Nunca fuimos del pensamiento único pero siempre supimos que la unidad de acción nos hacía invencibles.
Un tiempo en el que no se preguntaba quién es la que llama, sino solo el sitio y la hora.
Un tiempo en el que éramos una tormenta de rabia e indignación y nuestro grito tan clamoroso, tan potente y universal que el mundo tuvo que oírnos.
Se han roto demasiados puentes, creado demasiados demonios. La sororidad quedó enterrada bajo el peso de los dogmas. Perdimos la palabra y nos quedo el insulto. Destruimos la confianza mutua, la fe en las otras, quemando la hoja de ruta que marcaba el camino por el que todas podíamos transitar.
Ahora nos siguen matando los que nunca han dejado de hacerlo y ,espantadas, queremos llenar las calles de una marea humana que impida la condena tibia y la mirada indiferente.
Pero antes, amigas estimadas, necesarias y respetadas, habrá que volver a mirarnos a la cara, a los ojos, desde el corazón feminista que nos identifica, para vernos y reconocernos. Para hablarnos como las socias que somos en la lucha por la vida que merecemos. Haciéndolo, es evidente, desde las diferencias que ni pueden ni deben desaparecer, pero que en ningún caso, pueden ser herramienta de autodestrucción
Hay gente que desearía fervientemente no tener que celebrar el puñetero 8M, Día Internacional de la Mujer. Por lo menos de la forma actual que, en realidad, consiste en exhibir en pantalla grande y a todo color , una enorme injusticia que la sociedad fomenta y tolera . La que se comete además contra la mitad de la Humanidad desde el principio de los tiempos. La que convirtió a las mujeres en el “sexo débil”, imprescindible para la procreación y para los cuidados que garantizaban la supervivencia de la especie. Y de paso, a los hombres en el “sexo fuerte” , héroes garantes del sustento a jornada completa y sin opción a desfallecimientos.
Quizás parezca un análisis trasnochado y superado por la realidad, pero se confirma viendo como el derecho al aborto, que no es otra cosa que el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo y su maternidad, es cuestionado de forma permanente, siendo caballo de batalla de quienes abominan de la igualdad entre mujeres y hombres aunque tal cosa no figure en su programa electoral. De hecho, hubo que cargarse a todo un Ministro para abrirle camino en España. De hecho, Francia acaba de blindar este derecho en la Constitución para evitar retrocesos intolerables que perviven siempre amenazantes. Pero es que permitir que las mujeres decidan , elijan, siendo, en definitiva, dueñas de sus vidas resulta enormemente peligroso, al darles un poder que otros tenían sobre ellas y es vital para la especie.
Seguimos en los mismos charcos, a pesar de los siglos de coexistencia no siempre pacífica, viendo que los cuidados, imprescindibles para evitar la extinción de la especie, siguen estando asignados a las mujeres por mandato social, impuesto por un mensaje cultural tácito y sutil, que las hace responsables en completa soledad. Siguen siendo ellas las cuidadoras, las domésticas, las que mejor hacen la cama y limpian el WC, dotadas en exclusiva de las cualidades que permiten el mantenimiento de la vida. La empatía, la capacidad de sacrificio o la resistencia son cualidades que, al parecer, les tocaron a ellas, en monopolio absoluto. Y siendo las mejores, nadie debe pensar en sustituirlas.
Claro que el 8M es también la proclamación orgullosa y sin complejos del camino recorrido por las mujeres desde las cuevas y las cocinas a las que estaban destinadas únicamente en razón de su sexo. Y ciertamente hoy se viven realidades muy diferentes en los espacios de trabajo, en el ámbito doméstico o las esferas de la cultura o del ocio. El poder ya no puede excluir sistemáticamente a las mujeres, aunque tampoco se lo ponga fácil. El mundo laboral no ha tenido más remedio que asumir la presencia de las mujeres, aunque siempre valorando a la baja sus condiciones laborales e intentando acotar sus espacios. La corresponsabilidad, la distribución equitativa de los cuidados, la racionalidad de los usos del tiempo, siguen de realidad incierta pero enuncian una pretensión que antes ni siquiera existía. La violencia permanece pero ya no es invisible y soterrada.
Quizás un retrato sin triunfalismos les puede servir a algunos para desacreditar de un plumazo la lucha sacrificada y anónima de muchas mujeres y hombres por la igualdad. Pero se equivocan. Porque a día de hoy, lo que ha quedado demostrado es que la igualdad es el camino, el factor de permanencia y supervivencia, la herramienta que garantiza un futuro abierto donde se pueden resolver los conflictos autodestructivos que proliferan cada vez más. Luchar por la igualdad nos ha traído hasta el presente que hoy vivimos, donde incuestionablemente queda mucho por hacer desde una situación mejorada y sin ninguna duda, mejorable.
Por eso, siempre valdrá la pena celebrar el 8M, Día de las Mujeres para poner en valor el esfuerzo y la inteligencia de quienes consiguieron convertir las injusticias y abusos sufridos por las mujeres en vergonzosos recuerdos de imposible repetición.
Mas de uno circula por la vida satisfecho consigo mismo, desde la convicción de que nada tiene que ver con él ese prototipo de hombre machista y retrogrado, que nunca ha salido de las caverna y se cree superior a las mujeres, Considera, orgulloso, que nada tiene en común con los que agreden sexualmente a las mujeres, con los que las maltratan o incluso asesinan. Jamás haría algo así y condena con sinceridad a tales energúmenos.
Son hombres que no se consideran machistas y se esfuerzan por hacer evidente que ellos son de otra tribu, absolutamente respetuosa con la libertad y la vida de las mujeres. Son muchos, muchísimos…, que nunca aprobarían que ellas percibieran menos salario o tuvieran peores empleos, que siempre reconocerían que son las mujeres las que deben ser dueñas de sus cuerpos, de su maternidad y de su vida, que jamás levantarían la mano a una mujer. Que acuden a concentraciones, se informan e incluso se consideran feministas, aunque siempre en período de prueba porque son consciente de que el machismo está insertado en su ADN. Exactamente como les pasa a muchas mujeres. Son muchos, lo cual es tranquilizador y gratificante. Y su posicionamiento es de agradecer y en absoluto menospreciable, aunque debería darse por defecto y, desgraciadamente, en los tiempos que corren no sea suficiente.
Hay otros hombres cuyo discurso es algo más confuso y menos coherente. Quizás tiene más agujeros en su credibilidad, resultando mucho más peligroso. Son los que repiten como un mantra protector aquello de «No soy machista, tengo madre e hijas», como si esta afirmación fuera una etiqueta protectora capaz de alejar toda sospecha. Son los que escuchan impresionados el relato del último asesinato machista, pero creen que ellos están libres de responsabilidad porque asumen tareas domésticas haciendo la paella de los domingos, o reconocen como iguales a las mujeres aunque no soporten la autoridad de su jefa o las respetan aunque paguen por sexo como hace uno de cada cuatro hombres en este país.
La estima a las mujeres de la propia vida no garantiza automáticamente una perspectiva libre de prejuicios machistas. Porque el machismo no trata solo de actos evidentes de discriminación o violencia, sino que también se manifiesta en actitudes sutiles, comentarios pasivos y comportamientos arraigados que perpetúan la desigualdad de género. Amar con locura a la propia pareja no evita conductas esencialmente machistas como tomar decisiones por ella, sentir celos o negarle su espacio personal. Adorar a las hijas no impide hacer comentarios sexistas sobre mujeres de edad similar o culpabilizar a las víctimas de agresiones por su forma de vestir. El amor de madre no implica fregar los platos para que no lo haga ella.
En cualquier caso, el aprecio a las mujeres del entorno más cercano no se extiende siempre hacia las mujeres en general. Que, además, son diversas y tienen sus propias limitaciones sin que en ningún caso, su heterogeneidad justifique su discriminación como sexo.
El primer paso para construir un modelo de hombre igualitario es reconocer el machismo en las propias actitudes y comportamientos, no para flagelarse inútilmente, sino para promover un cambio no solo en las relaciones personales sino en el compromiso activo con la lucha por la igualdad entre mujeres y hombres.
El segundo es asumir que el machismo no es solo un problema individual, sino también estructural lo que exige al conjunto de la sociedad erradicar creencias y actitudes que perpetúan la desigualdad. Y ponerse manos a la obra.
El tercero es disfrutar del desafío desde el convencimiento de que con su esfuerzo están construyendo un modelo de hombre igualitario indispensable para la supervivencia social.
Vaya por delante que no me gustan los besos de cortesía. Que me resulta detestable , antihigiénica e incómoda esa costumbre nacional y no es ningún consuelo su existencia en otros países…. Es francamente aborrecible ese protocolo hipócrita de intercambiar fluidos con cualquiera que se te ponga delante. Desde el primo del cuñado de alguien que acabas de conocer y que posiblemente no volverás a ver nunca hasta el acompañante de algún conocido aunque sepas que tiene los días contados.
Besos al aire, hipócritas, vacíos de contenido. Besos confusos, empalagosos, de obligado cumplimiento para no parecer excesivamente cardo, exageradamente antipática. Besos que te presentan mucho más íntimamente de lo que quisieras a la contraparte, su olor, su textura, su relieve… Los más duros y feos, sin duda alguna, son los forzados en los que hay una participante que de forma evidente no quiere participar en la liturgia, o por lo menos pretende hacerlo con baja intensidad, y se encuentra con un abrazo de oso aborrecido, con un lametón indeseado, con un pico robado con premeditación y alevosía…
Es costumbre que atañe especialmente a las mujeres , como emisoras o receptoras, porque no es práctica frecuente entre los machos alfas, que optan por los palmeos de espalda desaforados y casi dolorosos, o en el caso de varones de menor perfil hormonal, con un apretón de manos que se ajusta más a la educación formal y no conlleva la invasión del espacio personal.
De espacios propios las mujeres no andan sobradas. Y si no que se le digan a la campeona del mundo de fútbol. También habría que decirle al besucón que debe aprender a controlar sus impulsos, con medicación si hace falta, porque ese entusiasmo tan fogoso le llevó a protagonizar un acto tan irrespestuoso como denigrante. No valen disculpas por la emoción del momento que quizás ha sido la causa de que el filtro de la corrección no haya funcionado. Lo grave es que subsista, bien enterrada pero activa, esa creencia tóxica de que las mujeres son seres que existen para ser besadas o lo que se tercie, iniciativas que en cualquier caso deben agradecer con humildad y satisfacción. Lo indignante es que el tipo en cuestión reaccione con agresividad , tratando de idiotas y tontos a quienes les rechina la escena. Lo preocupante es que entre ese entrenador que solo sabe hablar en masculino y ese presidente tan exaltado y machista, la victoria de las deportistas, su mérito, talento y esfuerzo quede opacado y falto del reconocimiento que merece. Son las campeonas del mundo, ahí queda eso.

Nadie nos ha de decir a las mujeres lo que debemos hacer. Aunque algunos no lo tengan claro, somos personas adultas que formamos parte de una especie pensante, hecho incuestionable a pesar de alguno de sus individuos. Pero hay una enorme afición, una pretensión universal de decirnos a las mujeres, en diversas situaciones, y sin previa petición, lo que nos conviene, lo que está o no a nuestro alcance. A señalarnos nuestras limitaciones, a advertirnos de ciertas líneas rojas, por si acaso nosotras no hubiéramos sido capaces de detectarlas.
A nosotras, que damos vida, que defendemos la vida, que hemos luchado contra la enfermedad y la muerte, en primera línea en las más adversas circunstancias, nadie nos ha de decir lo valiosa que es y la importancia de defenderla. No es admisible que ante decisiones que estamos más que capacitadas para tomar, aparezcan miles de voces sentenciando, criticando , cuestionando sin darnos siquiera tiempo a equivocarnos. Cosa que, por otra parte, no pasa tan a menudo como algunos pretenden.

Toda esa tutela ya nos tiene demasiado hartas y con escasa paciencia. Quizás suene a soberbia o prepotencia, pero solo es el legítimo sentimiento que albergan muchísimas mujeres que se sienten muy capaces de tomar sus propias decisiones, consiguiendo además que sean las más acertadas.
En los prolegómenos de un 8 de Marzo, que antes de suceder ya despierta críticas, nadie nos ha de decir a las mujeres lo que debemos hacer. Sobran las recomendaciones sobre cómo debemos actuar para que ese día, jornada de reivindicación y día festivo también, se desarrolle de la forma conveniente para no renunciar a nada, y desde luego, en ningún caso, a nuestra propia salud.
Hay muchas maneras de ser protagonistas, casi tantas como formas de robarlo, y este 8 de Marzo, desde el movimiento de mujeres se van a utilizar casi todas. Los vídeos inundan las redes, los encuentros divulgativos, las imágenes, los textos de opinión se multiplican porque ese día la lucha feminista ha de brillar. Se va a bailar, a cantar en coro, a recitar poesía…Habrá performances llenas de creatividad y de fuerza…Igualmente en muchas localidades se llenarán las calles de simbología feminista, de ese violeta tan explosivo como constructor de vida que es su seña de identidad. Va a haber caravanas de coches que ocupen las calzadas lanzando un mensaje inequívoco que visualice a las mujeres y sus derechos…y también va a haber concentraciones. Convocadas con todas las garantías sanitarias, de aforo limitado, descentralizadas, en las que la participación se someterá ineludiblemente a unas reglas que nadie nos tiene que imponer porque todas sabemos respetar.
Vamos a ser mucho más responsables y respetuosas que los organizadores de otras concentraciones mucho menos cuestionadas, desde los antivacunas a los detractores de la ley Celaa, desde los neonazis a los negacionistas del barrio de Salamanca. Pero vamos a ocupar a la calle, el espacio, a impregnar el aire que respiramos e invadir el sonido ambiental, para que todo ello hable de igualdad y proclame que es el Dia Internacional de las Mujeres, orgullosas de serlo, nacidas para vivir libres y con todos los derechos.
Resacón en las Vegas es el título de una famosa película que hizo partirse de risa a toda una generación. Resacón electoral es un rótulo apropiado para estos días, llenos de valoraciones, interpretaciones y disputas tertulianas sobre ganadores y damnificados tras la apertura de las urnas. Eso contribuye a que la resaca no pueda superarse adecuadamente, con una buena aspirina, tisana o siesta a pierna suelta.
Porque queda, además, la segunda parte a celebrar el próximo 26 de Mayo , así que sigue la partida en el tablero, aunque es cierto que las elecciones en los Ayuntamientos tienen otras reglas y otros protagonistas, más visibles en las distancias cortas, más expuestos en lo cotidiano y por ello juzgados con una muy diferente vara de medir.
Lo cierto es que, resuelto el primer combate electoral, las personas elegidas van dejando de ser personajes anónimos de una lista, enterrados tras la propaganda partidista para dejarse ver con absoluta claridad. Y a veces dan susto.
Es el caso de una reciente diputada, de un partido cuyo nombre es posible adivinar de inmediato, que en las redes sociales se define diciendo que «El #8MNoMeRepresenta. La mayoría de las mujeres no tenemos nada que ver con esta panda de mamarrachas resentidas, anticlericales y llenas de odio que sólo consiguen denigrar a la mujer, no dignificarla”
Se llama Carla Toscano y está en todo su derecho de identificarse como le venga en gana, pero no tanto en el de faltar al respeto a quienes no piensan como ella. Que por otra parte, son la inmensa mayoría, porque sus votantes, cifras en mano, son testimoniales. El grueso del electorado, ignorando bravuconadas y acallando fanfarrones, ha establecido con toda claridad que vivimos en un país que cree en la justicia social, en el respeto al prójimo, en el feminismo y la igualdad.
Da la casualidad, nada casual por otra parte, de que si ella puede ocupar su sillón en el Congreso es, en gran parte, porque muchas mamarrachas se partieron el alma, primero para conseguir el derecho al voto, objetivo alcanzado apenas hace dos días, y después para tener posibilidades de ser elegidas acabando con el monopolio masculino de la clase dirigente de este país.
Su aseveración, insultante y faltona, sí que es una muestra evidente de resentimiento que no parece ayudar mucho a la convivencia en paz que es el deseo mayoritario, a la luz de los resultados obtenidos. Toda su declaración de principios parece, dicho educadamente, algo indocumentada porque el anticlericalismo no ha sido nunca un rasgo identitario del feminismo. Más bien se apuesta por la laicidad desde el deseo de que a nadie se le imponga o prohíba ningún tipo de sentimiento religioso. Sobre el odio las mujeres sabemos mucho, porque llevamos sufriendo sus efectos desde hace siglos, por lo que nadie tiene más empeño que nosotras en erradicarlo de la vida de las personas y lograr que éstas se relacionen desde la libertad y el respeto mutuo.
En Xàtiva, 1345 personas dieron su voto a esta ideología que realmente transmite odio y se basa en la ignorancia. Que aparenta otras cualidades, firmeza, transparencia… para seducir a personas que posiblemente no compartan la violencia y exclusión que preconizan. Hace falta cortar el tallo tóxico desde la raíz, desarbolando argumentos, dando información, y sobre todo, no confrontando el odio con más odio. Por eso, hay que desearle a la digna diputada que su trabajo redunde en el bienestar y libertad de todas las mujeres con la seguridad de que, en esa tarea, podrá contar con el apoyo de muchas mamarrachas resentidas, pero felices y contentas.
Ya han brotado como setas en los rincones de la ciudad esos monumentos falleros con fecha de caducidad que se alzan más o menos poderosos, según el capital invertido, lanzando críticas irreverentes y gamberras que a estas alturas a nadie asustan, ni molestan.. Y si lo hacen, ya pondrán cuidado en disimularlo, porque no hay escudos protectores que permitan a nadie estar blindado frente a la mirada ácida del mundo fallero. Seas autoridad, eclesiástica o política, o si formas parte del famoseo local, nadie te salva de recibir lo tuyo, sobre todo si durante el año te has puesto a tiro, cometiendo más errores de los permitidos.
Son fallas y la ciudad cambia de aspecto en un plis plas. Y las calzadas se convierten en aceras donde todo el mundo transita con alegría y los semáforos parecen postes que guiñan el ojo, sin que nadie les haga ni puñetero caso. Es el momento de la anarquía, de ese caos asumido en el que la movilidad sostenible, eso de organizar los traslados urbanos respetando el derecho de las personas, se convierte en una utopía, aunque por otra parte, los coches, el eterno enemigo, es absolutamente derrotados en estos días en los que han de tomarse un descanso obligado. 
Es la semana donde algunos añoran el silencio de un monasterio de frailes con voto de silencio, porque aquí el ruido, el ruido tonto e innecesario, se convierte en un fondo obligado a casi todas las horas del día. Buena culpa la tienen las criaturas que van tirando esas bombetas ridículas que los preparan para cuando les toque y crezcan, y les sea permitido tirar unos petardos ensordecedores y mucho más peligrosos.
Es la fiesta valenciana por excelencia, que muchos esperan todo el año para vivirla a todo tren. Pero en todo caso, la diversión no está reñida con la reflexión, y la capacidad de juicio y razonamiento no debe desaparecer frente a estímulos lúdicos por muy ruidosos que sean éstos. Tampoco se hace ningún favor a la Fiesta si nos empeñamos en no aplicarle la misma mirada crítica que las Fallas utilizan al analizar la realidad que las rodea.
La Universidad de Valencia ha realizado recientemente un Informe que analiza las Fallas de la ciudad de València desde una perspectiva de género. Y sus conclusiones son previsibles.
Dice el estudio que en Valencia, la presidencia de las más de 200 fallas plantadas la ostentan hombres en el 88% de los casos, con porcentajes similares en las vicepresidencias. La competencia de la Tesorería ya va siendo desempeñada por más mujeres aunque ellas son abrumadora mayoría en la delegación de infantiles. No solo la organización, sino también los monumentos responden a una realidad que pone en el centro a los hombres. En el 48% de los casos, los remates que es la parte con más visibilidad que corona las fallas, representa a hombres. El 71% de los ninots representan a varones y cuando son figuras femeninas, en el 63% de los casos son hembras, que no mujeres, hipersexualizadas hasta la caricatura.
No se trata de amargar la fiesta a nadie, ni de negar que se detectan señales muy positivas del compromiso con la igualdad del mundo fallero. Se podría decir que el objetivo es dar una ración de su propia medicina a la fiesta fallera, para que se autoanalice con la misma frescura y sinceridad que utiliza en sus análisis externos. El esfuerzo quizás pique un poco, pero seguro que redundará en una fiesta más igualitaria y por eso, más justa y con un enorme futuro por delante.