A los nuevos padres, a los que se estrenan, a los que exploran realidades que han dejado de ser imaginadas. Que acunan a sus retoños desde la soberbia de creer que podrán protegerlos siempre y garantizarles una vida sin elecciones equivocadas que les causen dolor. Que están descubriendo el misterio de dejar de ser el centro de la propia vida para colocar allí a alguien que acaban de conocer. Que lo van a hacer bien porque nunca van a dejar de intentarlo.
A los padres en ejercicio, que han aprendido sin manual las difíciles artes de la crianza, que conocen la satisfacción de oírles roncar en su cama, la plenitud de verlos sanos y fuertes, la alegría basada en los éxitos ajenos y el deseo permanente de que la vida les trate bien. Que superan cada día miedos e incertidumbres intentando marcar la ruta que los lleve a puerto seguro.

A los padres en retirada, pero nunca jubilados que mantienen vivo ese vínculo tácito con quienes trajeron al mundo y los ven ahora adultos autónomos, que siguen tropezando y levantándose, intentando vivir sin hacer ni hacerse daño. Que recuerdan el trayecto sin nostalgia, pero con alegría, lleno de renuncias necesarias y satisfacciones impagables.
A los padres que se fueron, pero ahí están mirando un presente en el que les sería difícil encajar, desde viejas fotografías en ocasiones memorables. Los que siguen en ese recuerdo que parece inexistente, pero está sólidamente instalado en nuestra memoria y nos guiña el ojo a menudo, al ver unas manos, un gesto, una frase que lo saca a pasear. Esos padres que el tiempo desdibuja, pero jamás borra de nuestra memoria.
A todos ellos, feliz día!
