QUE LA GUERRA NO NOS SEA INDIFERENTE

La vida no nos da para más porque andamos muy ocupadas con nuestros problemas grandes y pequeños, cotidianos o excepcionales. Lo repetimos con frecuencia y quizás sea verdad.

Con lo nuestro ya tenemos suficiente, de ahí la tendencia universal a no levantar la vista y atreverse a mirar lo que les pasa a otros, a otras personas que se parecen demasiado a nosotras, pero que habitan escenarios muchísimo más despiadados y letales que el nuestro.

Pero ahí están, a poco más de 3000 Kilómetros. Aunque nadie quiera parecerse a esa pediatra palestina que salió una mañana de su casa camino al hospital dejando a sus 9 hijos, el menor de 6 meses, y los volvió a ver un ratito después, cuando los llevaron tras el bombardeo de su casa. Solo uno sobrevivió. O ser la abuela de esa niña enflaquecida y enferma que mira su propia imagen en el teléfono cuando posaba sonriente hace unos meses. Y no se reconoce. O conocer a ese hombre, que fuera de sí, mira los restos de su casa derruida donde estaban todos los que querían. O cruzarse con esa anciana encorvada que camina entre cascotes no se sabe a dónde. O presenciar el tristísimo espectáculo de esa muchedumbre infantil que agita recipientes ante una alambrada, peleando a muerte por una ración que significa la supervivencia.

Nula credibilidad tienen quienes llaman guerra, a lo que ya hace tiempo que solo es una estrategia de exterminio. Que el 70% de las víctimas sean mujeres y criaturas, desmonta cualquier intento de justificar la masacre.

Pero no es suficiente el rechazo de la mayoría de las personas decentes hacia el agresor y quienes les apoyan. Ni la solidaridad moral con un pueblo que tuvo la “mala suerte” de habitar un territorio que otros, más fuertes e inmorales, quieren ocupar.

Tampoco se paran las guerras desde la indignación con la que firmamos manifiestos y cartas. Y mucho menos con la resignación, cuando constatamos la mala suerte de esa pobre gente y de forma rápida cerramos la sesión y seguimos disfrutando de nuestra vida, que, sin duda, no es perfecta, pero transcurre sin que sobrevivir sea una de nuestras prioridades. Tenemos mejor suerte, sin duda alguna.

Solo hay un camino, como se hizo evidente hace 22 años, cuando las manifestaciones del “No a la guerra” ocuparon las calles de ciudades y pueblos de todo el mundo y lograron torcer la mano de aquellos figurones que jugaban con el destino del mundo.

Antes y después de una guerra indecente

Solo hay un mensaje: detengan el genocidio ya! que ha de llegar a Feras, de 19 años, un joven que luchó contra el cáncer de médula ósea durante cinco años y sobrevivió. O a Ahmed Abu Amsha, cuya familia no ha dejado de huir para salvar su vida, aunque nunca sin sus instrumentos con los que enseña música a los niños y niñas desplazados cerca de él. A Zaina Ghanem, cuya hija de seis años perdió la capacidad de hablar cuando allanaron su casa y las expulsaron con violencia. O a la escritora Neama Hassan, que contaba que era la undécima ocasión en que su familia cambiaba de refugio, pero que sus hijas habían conseguido salvar la albahaca que enseñaban sus hijas sonrientes.

Solo así se demuestra Humanidad y se puede creer en el futuro.

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