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Elon Musk es un empresario, inversor y magnate. Y ahora también uno de los hombres con más poder político del mundo. La mano derecha, si es que le hacía falta más derecha, de Trump. De su poderío económico queda todo dicho cuando se le atribuye un patrimonio de más 400.000 millones de dólares. Una cifra tan descomunal que se hace difícil de entender para cualquier intelecto normal. Aunque más difícil es de entender que quien todo lo pueda comprar, elija comprar miseria, odio, guerra y destrucción.
Es el dueño de la red social X, antes Twitter, que se compró en 2022 por 44.000 millones de dólares, un pellizquito insignificante en su fortuna total. Que haya perdido aproximadamente el 90% de su valor desde su compra, es algo que tampoco preocupa al comprador. Parecía un capricho de milmillonario insatisfecho y juguetón, pero era una estrategia contundente para el objetivo perseguido.
Pero antes de cambiar de amo, Twitter, sin ser ninguna panacea, era una red social que funcionaba a modo de patio de debate público donde se podía encontrar información actualizada y opiniones muy diversas sobre todo tipo de temas. La información podía ser sesgada ciertamente, y las opiniones eran en algunos casos, bastante prescindibles. Había que aplicar, como en cualquier red social, ese principio de sensatez que dice que no hay que creer todo lo que se lee o escucha, ni dar crédito a opiniones, cuando se emiten como si fueran gases.
Pero cuando el pájaro azul voló y la X se impuso, se convirtió en otra cosa muy diferente y mucho más peligrosa. El efecto “Musk” ha sido evidente porque las desinformaciones y bulos se han multiplicado. Porque el relato ha dejado de estar en manos de las personas usuarias para ser propiedad exclusiva del dueño que cuenta lo que quiere y cómo quiere, extendiendo así un mensaje permanente de odio y violencia. Se ha convertido en una perfecta herramienta de guerra contra las mujeres, contra las personas diversas, las inmigrantes y en general, contra la gente vulnerable que somos casi todos.
Por eso, mucha gente ha tomado el camino de salida. Desde “The Guardian” a “La Vanguardia”, desde Ecologistas en acción a Greenpeace. Y también lo ha hecho en Xàtiva el colectivo de Xàtiva Unida, que cierra su cuenta y recomienda al Ayuntamiento que comparta su iniciativa.
Podrá parecer un gesto inútil, irrelevante, casi pueril, que no añade nada a los siete millones de usuarios que la marca pierde en EEUU cada mes o a los 30.000 franceses que dijeron “adieu” el mismo día que Trump tomó posesión. Pero tiene valor si se recuerda el efecto mariposa, esa creencia, que no es poesía sino experiencia vital, que habla de la gente pequeña, que, en lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, puede cambiar el mundo.
Si no lo cambian, lo cambiarán otros a su medida, dejando fuera a la inmensa mayoría. Es cuestión de supervivencia.
